El otro día un
comentario de una persona cercana a mí, suscitó mi curiosidad. Se refería a un
familiar suyo con Alzheimer en fase
muy avanzada, y contaba con orgullo el buen aspecto y lo atractivo que era hace
unos años, aun cuando ya el diagnóstico era un hecho consumado y visible. A la
misma vez que pensaba sobre la repercusión de ese comentario en mi experiencia
personal, conocí a alguien en la sala del centro de día que deambulaba
aparentemente con rumbo fijo.
Iba vestido elegante y sobrio. Tenía buena planta
y en él se reconocía a una persona con buenos modales y de procedencia
acomodada .Todas las prendas que llevaba eran de marca y su porte y forma de caminar
hacían pensar que era un familiar de algún enfermo que había ido a realizar una
visita. Tras cruzarme con él en 3 ocasiones, le seguí con la mirada para ver a
dónde se dirigía ya que lo había visto pasar por el mismo sitio al menos 2
veces, e intuí que podía haberse perdido buscando a su allegado. Cuando llegó
al final de la habitación volvió de nuevo sobre sus pasos y recorrió
exactamente de la misma forma que la vez anterior la habitación como si fuera
la primera vez que entraba en ella. Una sacudida mental me invadió y vi clara
la situación.
La persona que yo estaba viendo tenía un envoltorio, sin embargo
su interior era otro muy diferente que no correspondía con su apariencia. Era
un enfermo de Alzheimer en fase intermedia-avanzada.
Una vez que pasó de nuevo por mi lado, le saludé y enseguida vi que, al ver y oír
que me dirigía hacia él, se asomaba de sus ojos una mirada perdida fácilmente
reconocible. Maldije la enfermedad que se esconde agazapada disfrazada de
normalidad, porque es la más cruel. A veces el Alzheimer no da la cara físicamente hablando hasta muy tarde.
Esas
veces (que son en porcentaje minoritarias), es cuando más descarnada resulta la
verdad. Es una verdad disfrazada de normalidad, puedes caminar al lado de tu
espos@ por la calle, y todo el mundo ve el exterior de la escena, es decir, el
envase en el que está contenida, pero en realidad sólo tú sabes que no es tu
espos@ el que va a tu lado caminando sino otra persona con su mismo envoltorio.
Por eso, el envoltorio, aquí, como en la vida real, no es lo que cuenta.
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Todas las enfermedades son crueles y feas, pero creo que las mentales, en aquellas en las que la persona desaparece, lo son aún más. Aún así debemos acompañarles siempre con la esperanza de que nuestro amor y cercanía les ayuden a ellos y a nosotros mismos.
ResponderEliminarCuánta razon tienes Alejandro! Las enfermedades mentales, son aquellas que, aparte de estar estigmatizadas por la sociedad, nos hacen ver el sentido mas cruel de la vida;por eso, poder acompañarlos hasta el final debería ser el gran regalo que les debemos dar.Al final es un regalo para ellos y también para nosotros.
ResponderEliminarGracias por pasarte por aquí,
Un abrazo!