Todos
pertenecemos a una manada. Somos seres sociales. Nuestro comportamiento está
determinado por las relaciones que mantenemos con otros miembros de nuestra
especie.
Si
formamos manadas es para garantizar
nuestra propia supervivencia y obtener ventajas frente a la vida.
Los
miembros apocados, diferentes o más débiles de la manada pueden quedar
relegados del resto. La razón, una vez más, es la supervivencia.
Esta
razón nos lleva a apartar al débil. Mostramos, en ocasiones, rechazo hacia las
personas débiles, nos asusta saber que llegaremos a ser débiles nosotros también
algún día. Este rechazo no siempre lleva implícita maldad, lo hacemos de forma
innata en ocasiones y forma parte de nuestro comportamiento más primario.
No
es la primera vez que una persona en la Fase Inicial de Alzheimer siente el rechazo de “su manada” al ver ésta, que su
comportamiento no es el de siempre y muestra debilidades que antes no existían.
Al no desenvolverse con la misma soltura de siempre, pasa a ocupar el sitio
“del débil del grupo”, quedando poco a poco relegado a un segundo plano. Cuesta
explicarle las cosas y que las entienda a la primera, cuesta que se integre en
la conversación diaria, cuesta que lleve el ritmo del grupo, aunque nadie sepa
muy bien porqué. Hasta ese día ha sido una persona integrada, socialmente
competente y por qué no decirlo, también socialmente aceptada, y, de un día
para otro, su apariencia física es la misma pero algo que no “vemos” ha
cambiado y la aceptación pasa a no ser completa.
Una
amiga me contaba que su tía, aun cuando la enfermedad todavía no era patente y sólo
asomaban ligeramente los primeros olvidos, dejó de ir con sus amigas a jugar al
bingo porque éstas le reprochaban su falta de rapidez y atención en el juego, haciéndola
sentir mal. La manada, buscando su propia supervivencia, una vez más, daba de
lado al integrante más débil para seguir su camino hacia delante.
Es
cierto que durante la primera fase del Alzheimer,
muchas veces se producen situaciones teñidas de incomprensión exentas la mayor
parte de las ocasiones de maldad, sólo atendiendo al propio instinto…pero…¿hasta
qué punto estas situaciones son más frecuentes de lo que pensamos? ¿Es posible
que se alarguen en el tiempo más allá de lo debido, aún cuando conocemos el diagnóstico?
¿Es instinto de supervivencia, o falta de empatía y paciencia?
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