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viernes, 25 de enero de 2013

SIN VERGÜENZA

Uno de los sentimientos más comunes entre las personas que poseen un familiar con algún tipo de enfermedad mental es, a priori, la vergüenza. No es una vergüenza deliberada ni consciente, ni siquiera a veces es apreciada ni por la propia persona que la siente, pero es vergüenza, al fin y al cabo.
Las enfermedades mentales están desde siempre estigmatizadas, hasta hace unos años, una persona que sufría de depresión era considerada una “floja” por un gran porcentaje de opinadores y a las personas que sufrían de Alzheimer, en ocasiones, y si los familiares eran conscientes de la enfermedad, podían utilizar sin pestañear el verbo “chochear” y quedarse tan anchos.

A veces esto se hacía con la mejor de las intenciones, y sin querer causar daño, pero con vergüenza. Reconocer que un familiar posee una enfermedad mental nos cuesta.

¿Nos ocurre también esto cuando se trata de Alzheimer? ¿Somos más condescendientes cuando es Alzheimer que cuando es Esquizofrenia la enfermedad que tenemos que comunicar que tiene nuestro familiar? ¿Por qué ocurre esto? ¿Opinaríamos lo mismo y sentiríamos lo mismo si la persona enferma de Alzheimer tuviera 50 años y no 80?

Mi opinión personal es que somos bastante más condescendientes con el Alzheimer, que con el resto de enfermedades mentales; una de las causas, es la gran sensibilización que poseemos en la actualidad frente a ella. Con respecto al resto de personas que no son tan condescendientes con la enfermedad de Alzheimer y todavía sienten vergüenza de comunicar que un familiar suyo cercano la posee, me gustaría que pensaran si actuarían igual si se tratara de otra enfermedad de las mismas características, pero no de etiología (origen) mental, es decir, degenerativa, crónica, progresiva, incurable y terminal y el porqué de ese cambio de actitud.

El problema de no querer comunicar al entorno que nuestro familiar sufre Alzheimer, es que puede ser precisamente él quién salga perjudicado. Si “escondemos” a nuestro inquilino crónico, y lo disfrazamos de normalidad, también estaremos escondiendo las mejoras que podemos ofrecerle a nuestro familiar para que sus miedos, inseguridades y fallos no sean causa de dolor o angustia en él o ésta se pueda minimizar , las pautas profesionales impuestas que conseguirán que su vida tenga más calidad, los ejercicios que podrán hacer que su memoria se resista al envite de la enfermedad, las posibilidades de relacionarlo con más personas…e.t.c. consiguiendo alimentar nuestra vergüenza y perjudicando a quién más nos debería importar.

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domingo, 20 de enero de 2013

LO ÚLTIMO QUE SE APRENDE ES LO PRIMERO QUE SE OLVIDA.

Hoy queremos brindaros una recomendación.
Se trata del documental El naufragio de la memoria”.
 
Nos quedamos con estas frases recopiladas del reportaje:
 
“Me siento privilegiado de poder hacer el bien a un semejante al que quiero” -  Luis Grávalos cuidador principal de su esposa Mónica.
“Me gustaría recordar todas las cosas de mis hijos pero tengo la cabeza muy mala y ahora recuerdo más bien poco” -  enferma de Alzheimer.
“El cerebro tiene mucha capacidad de generar en circunstancias diferentes nuevas conexiones, incluso en personas con la enfermedad de Alzheimer…con los estímulos adecuados” - Carmen Antúnez (Neuróloga).
 
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sábado, 12 de enero de 2013

EL ENVOLTORIO NO ES LO QUE CUENTA

El otro día un comentario de una persona cercana a mí, suscitó mi curiosidad. Se refería a un familiar suyo con Alzheimer en fase muy avanzada, y contaba con orgullo el buen aspecto y lo atractivo que era hace unos años, aun cuando ya el diagnóstico era un hecho consumado y visible. A la misma vez que pensaba sobre la repercusión de ese comentario en mi experiencia personal, conocí a alguien en la sala del centro de día que deambulaba aparentemente con rumbo fijo.
 
Iba vestido elegante y sobrio. Tenía buena planta y en él se reconocía a una persona con buenos modales y de procedencia acomodada .Todas las prendas que llevaba eran de marca y su porte y forma de caminar hacían pensar que era un familiar de algún enfermo que había ido a realizar una visita. Tras cruzarme con él en 3 ocasiones, le seguí con la mirada para ver a dónde se dirigía ya que lo había visto pasar por el mismo sitio al menos 2 veces, e intuí que podía haberse perdido buscando a su allegado. Cuando llegó al final de la habitación volvió de nuevo sobre sus pasos y recorrió exactamente de la misma forma que la vez anterior la habitación como si fuera la primera vez que entraba en ella. Una sacudida mental me invadió y vi clara la situación.
 
La persona que yo estaba viendo tenía un envoltorio, sin embargo su interior era otro muy diferente que no correspondía con su apariencia. Era un enfermo de Alzheimer en fase intermedia-avanzada. Una vez que pasó de nuevo por mi lado, le saludé y enseguida vi que, al ver y oír que me dirigía hacia él, se asomaba de sus ojos una mirada perdida fácilmente reconocible. Maldije la enfermedad que se esconde agazapada disfrazada de normalidad, porque es la más cruel. A veces el Alzheimer no da la cara físicamente hablando hasta muy tarde.
 
Esas veces (que son en porcentaje minoritarias), es cuando más descarnada resulta la verdad. Es una verdad disfrazada de normalidad, puedes caminar al lado de tu espos@ por la calle, y todo el mundo ve el exterior de la escena, es decir, el envase en el que está contenida, pero en realidad sólo tú sabes que no es tu espos@ el que va a tu lado caminando sino otra persona con su mismo envoltorio. Por eso, el envoltorio, aquí, como en la vida real, no es lo que cuenta.

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